República Dominicana, crisol de historia y futuro, se encuentra ante una encrucijada de desafíos y posibilidades. En las últimas décadas, hemos observado un crecimiento económico sostenido, un avance democrático firme y un notable compromiso por consolidar el bienestar social. Pero, como afirma el célebre poeta y ensayista Octavio Paz, “el futuro no es un lugar al que vamos, sino un lugar que estamos construyendo”. Hoy más que nunca, nuestro país necesita construir un camino sólido hacia el progreso sostenible y la equidad, basado en decisiones estratégicas y consensuadas.
En las exposiciones del Foro Económico elDinero, se analizaron con detalle los elementos estructurales que condicionan el desarrollo nacional. En palabras de Thomas Piketty, “las desigualdades no corregidas son un freno a la prosperidad colectiva”. Estas palabras, aunque contundentes, también encierran una verdad esperanzadora: con el enfoque adecuado, las brechas pueden cerrarse, y los retos pueden convertirse en oportunidades.
En las últimas décadas, nuestra economía ha crecido a un ritmo envidiable, con tasas promedio del 5.3% anual, según datos del Banco Central. Sin embargo, este crecimiento no se ha traducido proporcionalmente en mayores niveles de productividad. Siendo honestos, como lo decía Douglass North, el desarrollo no es cuestión de recursos, sino de instituciones. Aquí radica uno de nuestros mayores retos: modernizar y diversificar los sectores económicos para dejar atrás modelos que dependen de mano de obra poco calificada.
La calidad de la educación es uno de los principales obstáculos. En un mundo donde la economía del conocimiento predomina, las cifras de las pruebas PISA revelan la necesidad urgente de una reforma educativa. Es tiempo de imaginar, como propone Eric Hanushek, un sistema que vea la educación no como un gasto, sino como la más importante inversión en capital humano. Según el BID, un incremento del 1% en la calidad educativa podría generar un aumento del 5% en el PIB a largo plazo. Esto no es solo teoría, sino una oportunidad tangible para cerrar las brechas de desigualdad y preparar a las futuras generaciones para los retos globales.
El desarrollo no es completo si no llega a todos. Con un 27% de la población en pobreza y una concentración de riqueza que deja al 20 % más pobre con solo el 5% del ingreso nacional (CEPAL), la brecha social se alza como un muro que divide las aspiraciones de la realidad. Es aquí donde el modelo de bienestar social debe convertirse en un pilar del cambio, como señalaba Amartya Sen al afirmar que “la libertad de desarrollo humano es el verdadero indicador de progreso”.
Nuestro país está entre los más vulnerables al cambio climático. Cada huracán, cada sequía, nos recuerda que nuestro modelo de desarrollo necesita ser resiliente. La infraestructura actual, que pierde el 40% del agua por ineficiencia, y el sector energético, aún dependiente de combustibles fósiles, requieren un replanteamiento estratégico. Debemos aprender de Elinor Ostrom y su teoría de los bienes comunes: la sostenibilidad no se decreta, se construye colectivamente. Según datos del Banco Mundial, el impacto económico acumulado de los desastres climáticos en la República Dominicana podría superar los US$10,000 millones en la próxima década si no se toman medidas urgentes.
Invertir en las personas no solo es justo; es inteligente. Como muestra el BID, por cada dólar invertido en educación primaria de calidad, se generan $5 en productividad. Políticas como Familias Felices son más que programas sociales; son ejemplos de cómo construir equidad y dinamizar la economía. El progreso no solo se mide en cifras, sino en vidas transformadas.
La modernización del sector energético puede posicionarnos como un referente regional. Pasar del 34% de dependencia fósil a una matriz de energías renovables no solo reducirá costos de importación en US$300 millones anuales, sino que impulsará nuevos empleos. Asimismo, optimizar la gestión del agua garantizará no solo un recurso vital para la población, sino también un insumo esencial para sectores como la agricultura y el turismo. Según la Agencia Internacional de Energía, cada dólar invertido en energía renovable genera retornos de hasta US$3 en reducción de costos y mejoras en calidad de vida.
La innovación no es opcional; es el motor del desarrollo. Como decía Schumpeter, “el progreso económico descansa en la capacidad de innovar”. Las pymes, que generan el 50% del empleo formal, pueden ser la columna vertebral de una economía más dinámica si logramos cerrar la brecha del acceso al crédito, actualmente disponible para solo el 17% de estas empresas. Estudios del BID muestran que ampliar el acceso al financiamiento para pymes en un 10% podría generar más de 120,000 empleos formales en los próximos cinco años, una cifra que no solo impulsa la economía, sino que mejora las condiciones de vida de miles de familias.
Es importante recordar que nuestra República Dominicana tiene fortalezas que la diferencian. Una economía estable, con reservas internacionales récord de US$16,000 millones, una democracia consolidada que permite consensos y una tradición de diálogo público-privado son pilares sobre los que podemos construir el futuro. Como afirma Francis Fukuyama, el desarrollo de las naciones depende de instituciones sólidas, y nuestro país tiene el potencial de consolidarlas. Los consensos logrados en iniciativas como el Pacto Eléctrico Nacional son testimonio de nuestra capacidad para trabajar juntos en metas comunes.
El progreso no se improvisa. Como bien lo explica Ha-Joon Chang, en Kicking Away the Ladder, las economías exitosas han logrado avanzar gracias a decisiones estratégicas que priorizan la inclusión, la innovación y la sostenibilidad. Para nosotros, el tiempo de actuar es ahora. Según estimaciones de la CEPAL, un enfoque integrado que combine educación, infraestructura resiliente e inversión en energías limpias podría añadir un 1.8% al crecimiento anual del PIB en la próxima década, lo que equivaldría a más de US$12,000 millones.
Este artículo no es solo un análisis; es un llamado. Un llamado al liderazgo, al compromiso colectivo, a la acción estratégica. República Dominicana tiene todo para convertirse en un referente de desarrollo en la región. Pero ese futuro no se logrará solo. Necesitamos el esfuerzo coordinado del gobierno, el sector privado, la sociedad civil y cada dominicano comprometido con la construcción de un país mejor.
La historia nos ha demostrado que las grandes transformaciones no suceden por casualidad, sino por la voluntad de las personas que imaginan un futuro mejor. Hoy, como nación, tenemos la oportunidad de construir ese futuro. No dejemos pasar esta oportunidad. El momento es ahora.