Desde el primer trazo en nuestra Constitución, la República Dominicana se proclama “libre e independiente de toda potencia extranjera”. Estas palabras no son solo un mandato técnico; son el latido profundo de una voluntad colectiva, tejida con sacrificios, sueños y la convicción de que la libertad es innegociable. En ellas resuena el espíritu de Duarte, Sánchez y Mella, y el eco de quienes alzaron su voz y su vida para construir una patria libre y digna. Nuestra historia no es una sucesión de hechos aislados; es una épica de resistencia que vive en la memoria y el corazón de cada dominicano.
El pensamiento dominicanista germinó en el alma de los hombres y mujeres que imaginaron una nación soberana e independiente. Juan Pablo Duarte, en su Manifiesto de Separación, proclamó que la República debía ser “soberana e independiente” en términos absolutos. No era solo una demanda política, sino un grito de dignidad que trascendía los intereses de la época. Para Duarte, la libertad no era una aspiración; era una condición inherente a la existencia humana. Este legado, que tantos sacrificios costó, nos recuerda que cada generación tiene la responsabilidad de honrarlo y renovarlo.
A lo largo de nuestra historia, este ideal ha sido alimentado por intelectuales que lo han ampliado y reinterpretado. Pedro Henríquez Ureña, en El español en Santo Domingo, destacó que la dominicanidad no es solo una lengua o una cultura, sino una forma de sentir, de resistir y de soñar. Nos enseñó que ser dominicano no es una casualidad biológica, sino una conexión íntima con valores que nos definen: la justicia, la solidaridad y el orgullo de pertenecer a una comunidad con un destino compartido. Este pensamiento trasciende la política y se convierte en un sentido de pertenencia que nos une.
Nuestra Constitución refleja esta esencia. Aunque transformada con el tiempo, conserva el espíritu de sus fundadores. En el artículo 7 se define a la República Dominicana como un “Estado social y democrático de derecho”, cimentado en la libertad, la igualdad y la justicia. Este principio no es un simple mandato técnico; es una promesa viva de que cada dominicano tiene derecho a vivir con dignidad. La Constitución no es un texto estático; es un pacto entre generaciones que vincula el sacrificio de los héroes del pasado con la esperanza de un futuro mejor.
Hoy, en un mundo lleno de desafíos globales y nacionales, la Constitución sigue siendo un faro que nos guía. Como afirmó Joaquín Balaguer en Memorias de un Cortesano de la Era de Trujillo, “la dignidad nacional no tiene precio”. Esa dignidad, defendida en las gestas más heroicas y en las luchas más silenciosas, es nuestra mayor riqueza. Está presente en nuestra capacidad de unirnos frente a las adversidades y de encontrar soluciones incluso en los momentos más difíciles. Es un valor que nos define y nos seguirá definiendo.
Sin embargo, la dominicanidad no es solo una herencia del pasado; es un proyecto en constante construcción. José Alcántara Almánzar subrayó que ser dominicano implica más que habitar esta tierra; es abrazar un compromiso con la justicia y el bienestar colectivo. En cada gesto de solidaridad, en cada esfuerzo por construir una comunidad más justa, mantenemos viva la llama que encendieron Duarte y sus compañeros. La patria no se hereda como un objeto; se construye como un acto de amor y responsabilidad.
Hoy, más que nunca, la República Dominicana nos llama a reflexionar sobre el presente y el futuro. Nos invita a recordar que el pensamiento dominicanista no es una reliquia del pasado, sino una brújula que nos orienta en cada decisión que tomamos. Enfrentamos desafíos como la desigualdad, el cambio climático y las transformaciones económicas, pero contamos con un espíritu indomable que nos ha permitido superar crisis aún mayores. Ser dominicano no es simplemente una identidad; es un compromiso con el ideal de que la libertad, la justicia y la solidaridad son posibles.
Cada dominicano lleva en su corazón una chispa de la llama que encendieron nuestros héroes. Esa chispa nos impulsa a construir un país donde todos tengan la oportunidad de vivir con dignidad, donde la justicia no sea un privilegio, sino un derecho, y donde el bienestar colectivo sea la meta que nos une. Nuestro pasado nos honra, pero nuestro presente nos desafía a estar a la altura de los sacrificios que nos trajeron hasta aquí. Que nunca olvidemos que la patria no se nos da, se construye. Ese es nuestro legado y nuestra promesa